Un equipo perplejo

Elche CF | ANÁLISIS VALENCIA C.F.

Un equipo perplejo

El Valencia que jugará en Elche no es un equipo temible. Tras una nueva revolución en el palco y la estruendosa llegada de Djukic, el equipo vaga por la zona media de la clasificación y presenta síntomas de fragilidad preocupante, fruto de la decadencia d

Alex Zahinos,

Es comprensible la desazón de Carles Gil por perderse el partido ante el Valencia. Más allá de motivos sentimentales, el jugador habrá intuido la extrema fragilidad del próximo contrincante. Ya se sabe que la languidez estimula a los mediapuntas, y a estas alturas el Valencia es pura Viagra. En septiembre Messi se plantó en Mestalla y por primera vez en años recibió la brisa del mar en un punto exacto entre la defensa y el centro del campo del Valencia. Le entró tal subidón que en el descanso ya preguntábamos si sería niño o niña.

Esa entrega sin condiciones al rival se antojó como un accidente, pero a medida que se alargó la apatía, como el verano, hubo que buscar otras explicaciones. La poca implicación de los jugadores fue el primero. El argumento se llevó por delante a Adil Rami, que en una entrevista deslizó que quería ser lo que Ayala pero al final eligió el camino de Balotelli: se puso a despotricar de sus compañeros y del entrenador hasta que un buen día lo apadrinó Berlusconi.

La purga no sirvió para que el equipo encontrara el norte y hoy el Valencia observa perplejo su propia rutina. Salta al campo atónito, como si hubiera dejado de entender los automatismos del juego. Djukic no ha encontrado una fórmula que le asegure cierto control de la situación y así da la sensación de que todo lo que sucede es fruto de la casualidad, ya sea un gol de Pabón desde su cuna o una pifia en defensa. Lo segundo, por cierto, pasa con mayor frecuencia que lo primero. A Djukic, que durante los partidos permanece meditabundo, se le advierte el nerviosismo en las ruedas de prensa. La falta de efectividad, los despistes en defensa y la recurrida ausencia de testosterona han circulado por el discurso del entrenador, quien después de barajar todas las posibilidades admitió: “no he dado con la tecla”, y se marchó a esperar la demanda de divorcio.

En su lugar, el presidente Amadeo Salvo, optó por despedir a quien lo contrató: Braulio. Al ex-director deportivo se le atribuyen varios pecados, entre ellos haber confeccionado una plantilla de malabaristas incapaces de cavar una trinchera cuando vienen mal dadas. Su obra se juzga en base a un argumento cuantitativo: el número de mediapuntas que reposa cada domingo en el banquillo del Valencia. Ahora el club debe improvisar un nuevo director deportivo; la improvisación es un legado que permanece en quienes se suceden en el palco de Mestalla.

Obviamente no es culpa de Braulio todo el proceso de decadencia del equipo, que cambió a Villa por Soldado y a Soldado por Postiga en un ejercicio de austericidio extremo. En la presente temporada se ha contratado, además de a Postiga, a Dorlan Pabón, previo pago de siete millones, y también se recuperó a Paco Alcácer. Los tres han desfilado por el área rival con semejantes resultados y lo más probable es que Alcácer sea el titular en Elche. Hasta hace no demasiado, era la tercera alternativa para el puesto. Él también es un recurso improvisado. Con todo, las esperanzas en la actual plantilla se centraban en una imagen idealizada de Banega, es decir, su versión más activa dentro del campo y más pasiva fuera de él. Durante la época de Valverde se llegó a percibir esa figura imponente que hoy ya solo son lágrimas en la lluvia.

Para tener el dibujo completo del equipo falta el jugador número doce, la deuda del club, una seña de identidad que marcará una época del mismo modo que Kempes y a la que ya tardan en hacerle una camiseta conmemorativa. Según la última auditoría la deuda asciende a 275 millones de euros. Esto, al menos, sí es un indicio de la gran magnitud de la institución. Esta semana el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valencia devolvió a la Generalitat la condición de avalista de la Fundación Valencia CF, propietaria del club, lo que se traduce en que la entidad pasa a ser algo así como una empresa pública. Es probable que no sea el último capítulo de este embrollo y lo que sí parece seguro es que al Valencia, ese gigante dormido, ya solo lo mantiene vivo la incertidumbre.

Lo del gigante lo dijo Djukic justo antes de aseverar que el propósito del Valencia era mezclarse con Barcelona y Madrid, si no acabar por delante de ellos. Quizás aterrizó crecido por las expectativas de su regreso y alentado por el discurso de Salvo, también recién llegado y quien aseguró que la plantilla de este año sería mejor que la del pasado. La realidad ha golpeado a ambos. Salvo, mientras la institución boquea, ha iniciado un proceso de regeneración corporativa, ha repintado el estadio y se le aprecia el esfuerzo por relanzar la marca, igual que a los ministros del pelotón, cuando aparece hablando en televisiones extranjeras. El pecado original de Djukic y Salvo fue la palabra, inflaron un discurso que se ha vaciado en el campo. Así que, atendiendo a los precedentes, el Valencia no debería causar mayor temor en el Martínez Valero que el Espanyol o el Getafe. Si el Elche se relaja, sin embargo, es posible que asista a una enajenación transitoria del Valencia y acabe devorado. Es una posibilidad remota y, en fin, en este equipo lo descabellado ocurre.

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