Crónica de la alegría

Elche CF | OPINIÓN

Crónica de la alegría

Àlex Martinez,

Era la primera vez que pisaba el Martínez Valero. La grada, claro. El partido era importante y la ocasión lo merecía. Incluso para un valencianista fiel y monógamo como yo, aquel segundo asalto de las semifinales del playoff de ascenso era la ocasión perfecta para degustar el ambiente de un estadio histórico. No pude resistirme. El resultado adverso del partido de ida era una invitación a la épica, y yo siempre he sentido devoción por las remontadas. Sobre todo cuando salen bien.

Elx respiraba futbol, aquel 12 de junio. A la espalda de las dos capitales, la ciudad obrera muestra su orgullo en cada una de sus calles, en cada uno de sus gestos. Aquel día se percibía en el ambiente la calma tensa previa a los momentos importantes. No era para menos: dos pasos separaban al equipo de la máxima categoría. La humildad caracteriza a esta afición y sus palabras eran todo prudencia, más teniendo en cuenta el 1-0 de la ida. Pero la ilusión se intuía en cada sonrisa optimista, en cada pronóstico arriesgado. 

La zurda de Edu Albacar dio la razón a los utópicos y repartió esperanza entre todos los allí presentes, con dos golpes francos teledirigidos y la intestimable ayuda de Javi Jiménez, llevándose por delante los ánimos del Valladolid. Ángel completó la hazaña, empezada la segunda parte. 3-1. Lo demás era aguantar, y eso al Elche se le daba (y se le da) muy bien. Una vez su equipo se puso por delante en el marcador, los aficionados respiraron aliviados y cambiaron la tensión por el júbilo. No se equivocaban.

Después, en la final, llegó el nefasto incidente con el Granada. Derrota y exhibición de mal gusto por parte del que ahora es uno de los grandes rivales. Aunque no pude volver al estadio, seguí (y sufrí) la eliminatoria desde la distancia. Geográfica, que no emocional. No pudo ser, aunque al final se hizo justicia: dos años más tarde llegó el esperado ascenso, esa gesta que llevaba años fraguándose. 

Hoy, en cambio, aquella noche victoriosa no es más que un recuerdo, carne de nostalgia. Mañana el presente nos ofrece un duelo singular entre el Elche y el Valencia, separados por tan solo tres puntos en la clasificación de la que, dicen, es la mejor liga del mundo. La famosa cláusula del miedo impedirá a Carles Gil, joya en préstamo, jugar este partido. A veces pequeños gestos delatan grandes temores. Este Valencia, frágil y esquizofrénico, es consciente de la dificultad que entraña la excursión. Otro tropezón y la ciudad arde en llamas.

Soy del Valencia y de ningún equipo más. No entiendo a los poliaficionados, tan presentes en nuestra liga bipartidista. No me creo la germanor, porque sólo existe cuando las diferencias entre los contendientes son demasiado grandes como para que salten las chispas en ambos bandos. Y no voy a mentir: quiero que mañana gane mi equipo. Pero todo esto no quita que sienta una gran admiración por el Elche. Por su idiosincrasia orgullosa y humilde. Luchadora. Entre todas mis bufandas, guardo una pintada con franjas verdes y blancas. Y en un rincón de mi memoria balompédica (junto a otros grandes hitos como la final de Estambul) conservo aquella noche mágica, en la que siendo testigo de vuestra euforia comprendí que, en el futbol, la felicidad es algo relativo. 

Dicen que la alegría va por barrios. Aunque puede que también vaya por ciudades. O por épocas, quién sabe. Aquel día sentí la alegría como no la he vivido en ningún otro partido, en ningún otro estadio. Tampoco he visto celebrar a ningún blaugrana o merengue sus múltiples títulos con la rabia y pasión con la que mis compañeros de grada celebraron cada gol aquella noche de junio, hace ya casi dos años, cuando luchaban por el ascenso. Si el futbol es un estado de ánimo, como dice algún entendido, yo me quedo con aquella euforia desmedida. Y si este domingo se repite, a ver si se nos pega algo.

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