Pajas y vigas aparte
La crisis sanitaria del covid-19 ha dejado al descubierto la parte más humana del futbolista, con sus miedos y privilegios, en el epicentro del debate. Acostumbrados a vivir en una burbuja de éxito, pero también de soledad, cualquier movimiento corre el riesgo de ser analizado a la carta. Manda el gusto del consumidor y, como en el propio deporte del balompié cada aficionado es un entrenador; en la vida real, cada aficionado es un juez, un policía, un abogado, un científico o un sanitario. Todos pueden opinar y marcar la línea para sentar cátedra y dictar sentencia, al estilo de la 'Gestapo del balcón', cual 'vieja del visillo'.
Partamos de la base de que no todos los futbolistas pueden permitirse lanzar el fajo de billetes al aire sobre la cama y nadar sobre el colchón. ¿Que cobran en un mes lo que un trabajador cobra en un año? Sí, pero también lo generan. No he conocido todavía a un solo jugador que haya puesto una pistola en el pecho de nadie para firmar un contrato. Quizás esa sea una de las primeras premisas que se deben corregir en el futuro y no volver a cometer errores del pasado. Qué callados hemos estado ante los inmorales traspasos multimillonarios que se pagan en el fútbol, cuando hay gente que se muere de hambre, tirados en cualquier rincón del mundo, si los fichajes son de nuestro equipo. Y ahora esos clubes solicitan ERTE's o rebajan salarios de sus jugadores.
Me decía hace unas semanas Gonzalo Verdú que nunca se está de acuerdo con el papel del futbolista en la sociedad. "Si hablamos, porque lo hacemos y si no hablamos, porque no lo hacemos". Tiene razón. Es la doble vara de medir con la que se equilibra la moral humana. Tan estrictos con lo ajeno como livianos con lo propio. Qué fácil es exigir que un trabajador se rebaje el sueldo y luego hacer la vista gorda cuando se salta la Ley. Me cuesta entender la falta de objetividad para juzgar con las mismas reglas algo que no tiene vuelta de hoja. Lo blanco es blanco y lo negro es negro. No hay un gris intermedio a la hora de interpretar las normas del Estado de Alarma.
¿Quién cuestiona que una empresa privada compre test de covid-19 para sus trabajadores? ¿Qué diferencia hay entre el dinero de LaLiga y el dinero de otras empresas privadas como SEAT o BBVA? Yo no me atrevo a decirlo, pero si me atrevo a encontrar un punto común. Querer asegurar la salud de aquellos que están bajo su paraguas laboral. Nadie puede quitarle la razón a aquellos que opinan que hay personas que necesitan más que otras tener certeza de que no están contagiadas por el covid-19, o incluso que tienen mayor riesgo de caer en las garras del virus. Pero ese no es el tema. Ni LaLiga, ni SEAT, ni BBVA tienen que comprar los test de esos colectivos. La obligación, y responsabilidad, corresponde a otros, llámese Gobierno; pero es más fácil darle la patada al frívolo fútbol que genera el 1'37 del PIB español.
Tampoco hay que olvidar que lo que se protege es la salud del deportista. ¿Importa de la misma manera la seguridad de un balonmanista que de un futbolista? Debería. ¿Y de un voleibolista? También debería. Sin embargo en balonmano y en voleibol se han suspendido las temporadas, mientras en fútbol seguimos cuadrando el círculo, con protocolos y cruces de declaraciones, porque el espectáculo debe seguir. Claro que hay doble moral. La de la salud y la del dinero. Que no nos vendan la moto de que lo más importante es la seguridad. No hay dos tipos de salud, como tampoco hay dos tipos de deportistas. Todos son personas. El problema, los que mandan. Esos que cuenta el céntimo de uno en uno para que no se pierda ninguno por el sumidero.
Una situación que, por cierto, me lleva a otro aspecto de esta doble moral. Los jugadores se han pasado semanas ondeando la bandera de la salud, como máxima para volver a ejercer su profesión. Cuando se buscan, y se encuentran, soluciones en forma de test de covid-19 para controlar y tener a raya cualquier riesgo, algunos los rechazan. ¿En qué quedamos? ¿Queremos seguridad pero no queremos test? Misma demagogia, pero con distinto envoltorio, la del futbolista y la del aficionado.
El futbolista está intentando regatear el miedo a quedar estigmatizado. Primero, por tener que cobrar su salario (70%) de las arcas públicas debido a los ERTE's; segundo, por el temor a ser considerado un privilegiado por tener acceso a un test que no todo ciudadano puede tener. No son tan fuertes como los aficionados piensan porque, como todos, son humanos para bien y para mal. Para tener derechos y para tener obligaciones. La salud, por encima de todo; tanto como cumplir la Ley. Quizás los futbolistas sean privilegiados porque sus aficionados les hacen privilegiados. Es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio.
Así nos va. Anécdotas y mirar hacia otro lado. Idolatrando (excusando e incluso mintiendo) a quien se salta las normas para que le marquen bien la raya del pelo, pero luego criticándoles porque no quieren rebajarse el sueldo. Lo hace otro (que igual es sanitario y se le aplaude todas las tardes) y se le crucifica. Como a lo medios de comunicación, que por ser notarios de la realidad, se les acusa de no hacer la vista gorda y amplificar la metedura de pata de algún que otro jugador brasileño que debe ser más consciente del papel social y la responsabilidad que tiene por ser quién es. Qué pena. Hay que hacérselo mirar, que sólo marca goles...