Opinión | ELCHE CF
Tranquilidad sí, tanta como responsabilidad
Ya es oficial, el Elche CF está en crisis deportiva (la institucional es más una depresión enquistada). Dos derrotas consecutivas han servido para que la presión por conseguir el ascenso a Segunda División haya explotado la burbuja de la pretemporada convirtiéndola en nerviosismo. Ya no se trata de perder, que puede pasar, se trata de cómo se pierde. Un penalti injusto ante el Ontinyent CF tapó las vergüenzas de un equipo que ni pudo ni supo doblegar a un rival, sobre el papel inferior, sin la ayuda arbitral jugando de local.
Aquel día la veteranía del vestuario supo dirigir el foco mediático al otro extremo del terreno de juego para escurrir el bulto pero el césped no engaña, ni el sintético ni el natural. La segunda parte en Llagostera dejó al descubierto a un equipo con demasiados problemas para ganar y el CD Alcoyano remató la faena, quince días después de no poder hacerlo el Ontinyent CF. Galiana cogió el testigo de Parras para, a base de orden y seriedad defensiva, llevarse el primer botín de esta temporada del Martínez Valero.
A este Elche CF ya se le conoce, tanto que se ha vuelto previsible en su juego y sus argumentos. De nada sirve decir que los rivales vienen a encerrarse al Martínez Valero o que su táctica es la de perder tiempo. El equipo franjiverde debe de estar muy por encima de esas excusas, tanto como la que se envía en forma de mensaje telegrafiado cada vez que se sale de territorio franjiverde rumbo a lo artificial. Para subir a Segunda División hay que ganar en campos como el de Santa Eulalia, Sagunto, Llagostera y ahora Cornellà. Tanto como, hace ya unos años, para subir a Primera División se tenía que ascender ganando en el barro de Mendizorroza o Ipurúa.
El Elche CF tiene un problema de juego. Las goleadas de principio de temporada, ante equipos que se atrevían a apostar por el fútbol, han dejado paso a los tropiezos ante conjuntos que tienen todo el derecho del mundo a plantearle el partido que les de la real gana al conjunto de Vicente Mir. No es problema del rival cómo debe jugar, el problema es el de un Elche CF que tiene y debe saber resolver el puzle que se le plantee. Tanto como para que el Martínez Valero se haga tan pequeño como esas catacumbas del fútbol que se deben visitar cada catorce días. Es trabajo de Mir y sus jugadores buscar la solución al problema, aplicarla, y aparcar las excusas si quieren generar la credibilidad del entorno.
La plantilla pide paciencia al aficionado. Sólo se han jugado diez jornadas de Liga y es justo concederla, pero tanto como que el aficionado a cambio le pida a la plantilla responsabilidad. No está en juego un ascenso a Segunda División, está en juego la viabilidad del Elche CF volviendo al fútbol profesional, aunque de esto los jugadores no tienen la culpa. Sería más adecuado seguir señalando a un ex presidente “infame” llamado José Sepulcre, con un Consejo “dirigido a favorecer los intereses” del ex máximo dirigente y una Fundación “pervertida” (según Fiscalía), y añado yo, una secta de palmeros y bufones que, a base de champán y jamón del caro, han llenado sus estómagos agradecidos, y ojo, los siguen llenando agazapados de manera vil y cobarde en las esquinas, pero cada vez se les ve más el plumero porque no sólo son marionetas, son esclavos de sus compromisos y esos le hace tan previsibles como poco inteligentes.
Quizás está afición tenga lo que se merezca. Murió en la anestesia sepulcrista de un verano de 2015 y cuando intentaba sacar cabeza cayó en el embrujo del “me divierto viendo jugar al Elche CF” de un tal Alberto Toril. Voces discordantes a parte, que las hay aunque no tengan la fuerza mediática de la ‘I’ y la ‘C’, la penitencia a pagar está siendo dura, demasiado dura, y todo debido a esos hijos de Elche que lo van a pasar muy mal dando la cara ante la Justicia por culpa de sus “giros esquizofrénicos” por el único motivo de hacer negocio con lo que algunos consideramos una pasión. Debo rectificar, perdón, esta afición no tiene lo que se merece. Nadie se merece que la codicia y la soberbia de otros pueda ser la tumba de un sentimiento como el franjiverde.